Sobre el escrache, la justicia y el feminismo

Por: Camila Andrea Suárez Arenas Twitter: @Cami_laSuarezA

Hablar del escrache en estos momentos se torna difícil y más con la cargada discusión twittera que ronda entre los y las “intelectuales” del país. 280 caracteres no alcanzan para hablar sobre la complejidad que abarca este término, tan malversado por algunos, que la discusión se ha quedado en un saludo a la bandera de viejas consignas, que distan mucho de las realidades que hoy nos convocan. Este artículo no quiere tener que ver con Ciro Guerra, ni con Carolina Sanín y ni siquiera con Catalina Ruiz-Navarro. Esta es solo mi postura en torno al difícil acto de hablar, de lo valiente que resulta en medio de una sociedad como la colombiana y sobre la necesidad de que seamos muchas más las que -en reunión y en comunión- podamos soltar la voz como un primer paso hacia una justicia feminista.

Hace un año denuncié a un agresor, un año atrás también presencié muchas rupturas y dolores que aún me cuestan superar cuando veo ese nombre rondando en cualquier parte. En ese entonces, empezaron una serie de escraches en el edificio de sociología de la Universidad Nacional y mi reacción fue llorar aunque las historias no fueran mías. Hoy, en medio de todo esto que ha sucedido con las denuncias públicas me pasa lo mismo, lloro y siento miedo de que me vuelva a pasar lo que me pasó -o algo peor- y de verme reflejada en las historias de quienes también sueltan su voz. Aun así, me veo enredada entre contradicciones que con el transcurso del tiempo espero ir soltando, reflexionando y abordando de la mejor manera como las muchas mujeres que empiezan a ver estas otras realidades a través de las pantallas.

“Hoy soy la voz de quien gritó pidiendo ayuda”

Allí radica la potencialidad del escrache, por lo menos para nosotras, precisamente en vernos reflejadas en historias lejanas y desde allí, pensar en la historia propia desde una perspectiva menos individual y culpabilizadora. Saber que esto nos pasa y nos puede pasar a todas, quita un peso de encima y nos abre una puerta: la de poder hablar desde la experiencia propia, así como sanarla y pensarla en colectiva. Rita Laura Segato (a quien ha utilizado de la forma más descarada muchos agresores) habla del patriarcado y las violencias machistas como un sistema totalitarista que se imprime a través del control y disciplinamiento del cuerpo de las mujeres.

Parte de esta disciplinamiento pasa, no solo por individualizar las mujeres, sino también, por un control de la voz y el silencio. En ese sentido, la búsqueda por la que deben pasar muchas mujeres, es la de los espacios colectivos para hablar y poder actuar sobre ello. El escrache podría ser una vía o una solución en este sentido, es decir, una vía para buscar solidaridades políticas o una solución para empezar a abordar el dolor de algún modo y encontrar más posibilidades de justicia y sanción social frente a lo que sucedió. Al contrario de lo que han mencionado muchxs, esto en nada tiene que ver con un modelo jurídico, más bien, es una respuesta a la justicia tradicional que se ha encargado de dejar en silencio e impunidad a aquellas mujeres que se han atrevido a denunciar.

“Desnuda te incomoda, muerta no”

Obviamente, no es una acción que asegure efectividad de ningún modo. Por el contrario, el escrache tiene varias de sus complejidades. Una de ellas, la de enfrentarse a una opinión pública que, aunque a veces intelectual, resulta bastante tradicional y conservadora en los modos de pensar la justicia, la acción política y la relación que estas dos mantienen con la constante tarea de imaginar alternativas de mundo. Mucho ha sonado la confusión entre punitivismo y escrache por parte de esas voces y nada más lejano a la realidad: el punitivismo tiene más que ver con la impunidad, en tanto no es una vía a la reparación de las víctimas. También tiene que ver con un modelo de justicia tradicional y patriarcal que centra su total atención en el agresor, mientras que el relato y el dolor de las víctimas se queda del todo acallado y escondido.

El escrache, por el contrario, está más relacionado con la acción política. Una reacción a este sistema judicial pero también una búsqueda por poner de centro a las víctimas, a sus relatos y a su voz. Cuando a ese relato se le tilda de punitivo o de linchamiento, se termina haciendo lo mismo que hace el sistema jurídico colombiano: poner de centro al agresor y no a quienes alzan la voz. Lo mismo para cuando se declara que hay que dudar y hacer una presunción de inocencia como regla cotidiana. Aun pongo en duda que esa regla deba valer para un juez o jueza en medio de un sistema capitalista, racista y patriarcal, pero de lo que sí estoy segura es que el total de la sociedad no ocupa estos cargos y que por lo tanto, su deber es la generación de solidaridades alrededor de quien fue agredida. Si la justicia tradicional no es capaz de reparar, que la respuesta del conjunto de la sociedad sea el rechazo a esa justicia y el acobijamiento a la víctima.

“Pecado sea el fruto de tu vientre”

Igualmente, el escrache resulta bastante limitado si no se piensa en el conjunto de otras alternativas y acciones. Limitado en el sentido en que no siempre logra una sanción social, no siempre logra la solidaridad de otras personas y círculos y no siempre resulta en el abordaje del dolor que produjeron las violencias -incluso lo puede profundizar-. Y es ahí en que las feministas nos tenemos que cuestionar si seguimos con la sola acción del escrache o si empezamos a pensarnos también modos de encuentro y tramitación del dolor, que nos logren empoderar colectivamente y no solo eso, sino que esa trillada palabra de “empoderamiento” nos dé para pensarnos modelos de justicia feminista y alternativas de mundo con incidencia en el sentido común del resto de la sociedad.

Si nos quedamos en el escrache y sobre todo por medio de la virtualidad, corremos el riesgo de revivir colectivamente los dolores sin encontrar vías de sanación, estancándonos en la resignación y el miedo. A la denuncia le siguen muchos pasos más -que ya se han estado dando- pero sobre todo, la posibilidad de que al mismo tiempo podamos configurarnos como alternativa. Por eso, tampoco se puede prescindir del escrache, pues es un recordatorio de la larga tarea que tenemos las feministas por pelearnos y construir un mundo donde ser mujer no sea sinónimo de peligro e inseguridad. Pero sobre todo, es un recordatorio para los hombres, incluso para aquellos que posan de “aliados”, de que aquí estamos nosotras y estamos en la acción para que pronto, más pronto que tarde, exista una sociedad en donde no haya cabida para las violencias machistas.

“Se te pone grande cuando acosas pero chiquita cuando te delatan”