Profanación

Por: Una Esperanza Común

Campo Elías Galindo, profesor y activista político.

“(…). En Colombia ese juego ritual de la ficción no reemplaza a la realidad de la sangre derramada, sino que se agrega a ella. Tenemos las dos cosas a la vez: los sacrificios humanos y el ritual simbólico del sacrificio”.

Antonio Caballero

El fragor de tambores y gaitas parecía ser el reflejo de la sangre aún fresca y caliente. Llamando a lista en cancha, el juego de la muerte transcurría. Como la más cruel profanación, el ritual de la música acompañaba la desaparición permanente de sus creadores; de sus portadores y guardianes.

Las páginas consumidas por el fuego sobre el corazón de un defensor del saber, nos trae el recuerdo de aquellos oscuros días en El Salado, donde la humillación sobrepasó lo tangible. Cuentan los sobrevivientes que “oír música equivalía a disparar otra vez los fusiles asesinos”.

Campo Elías Galindo, lejos de haberse concluido su vida entre nosotros, nos devuelve la cara frente al abismo de la realidad, a esa donde lo nuevo no acaba de llegar y lo viejo no termina de irse.

Sobre su cuerpo herido y exámine, un libro agotado por las llamas. Le quemaron un libro en el pecho, a él, a un académico, a un líder. La exaltación de la perpetración de la violencia marcada en el cuerpo, mandando un mensaje claro y con un simbolismo encriptado que significó un modo de doble acallamiento. Con insignias tan propias de su lucha, desde las aulas, los libros leídos y las palabras en alto. La necesidad de remarcar un hecho y su muerte por medio de incinerar sus ideas. La educación es un acto político y ellos le temieron a la fuerza de su pedagogía y pensamiento para la paz y la justicia social.

A Campo Elías lo mataron, su pecho ardió y quedó con él un rastro imborrable de la persecución política. Se nos muestra como un síntoma, uno de persecución a los intelectuales y a las universidades. Síntoma de una democracia a punto de desplomarse pero que nunca se detiene.

Una ceremonia contra todo lo que representa el cambio y como si fuese poco un sacrificio. Si, a nombre de dioses sin rostro, por ideales que ni sus asesinos pueden comprender. No siendo suficiente la censura ni la quema, quisieron que su sangre consagrara su cometido.

¿Será que el libro que le quemaron era una compilación de la historia de Colombia?

¿Volveremos a tomar un libro de la misma manera?